En el s. XXI los saberes se han vuelto cambiantes, diversos, interconectados. No residen en ningún lugar guardados celosamente sino que están a disposición tanto de forma ordenada como dispersa lo que exige nuevas habilidades para comprender. Parece lógico pensar que lo que la escuela necesita es poner el énfasis en crear herramientas, métodos para que el individuo y la colectividad sean capaces de buscar, seleccionar, analizar, alcanzar ese conocimiento por sí mismos donde el éxito no se basa exclusivamente en tener una formación académica sino que se necesitan otros componentes más complejos como es aplicar pensamiento crítico, creatividad, innovación, comunicación, colaboración... para poder desenvolverse de forma solvente en esta sociedad llena de incertidumbres.
Hoy el valor añadido de una sociedad se basa en el conocimiento, en la información que impregnan todos los sectores: el económico, el laboral, el de ocio, el de las relaciones personales, etc. Ante ello, la escuela debe construir un nuevo currículum más abierto, más lleno de preguntas que de respuestas, de saberes transversales (no parcelados), transferibles, que creen un pensamiento sistémico. Debe plantear problemas y favorecer soluciones, debe favorecer la experimentación, el autoaprendizaje, el trabajo colaborativo, la capacidad de abstracción.
Y sobre todo se necesita un profesorado gestor del conocimiento y de las herramientas adecuadas para cada caso. La realidad que vivimos está marcada por cambios acelerados en las actitudes, en las creencias, en las necesidades y demanda soluciones rápidas y eficaces. No es tarea fácil y exige una gran responsabilidad.
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