Sabemos con certeza que son las emociones las que operan en la inteligencia, una veces a favor y otras en contra. Así, la envidia, el rencor, el miedo, la falta de confianza... limitan el desarrollo de la inteligencia y por consecuencia el aprendizaje. En el otro extremo está el amor que favorece y potencia la aceptación de uno mismo, la seguridad... lo que ayuda a crecer el aprendizaje, la expansión del pensamiento y la visión de uno ante el mundo bajo una mayor conciencia social.
Acción y reflexión son dos motores que la escuela debería de incorporar a su quehacer dentro de un ambiente de convivencia y respeto mutuo. Sabemos, también a estas alturas, que el carácter transmisivo de la educación carece de sentido. Tenemos que dotarnos de un modelo creativo, constructivo y transformador para sentirnos plenamente en el buen camino.
"Sentipensar" que diría De la Torre (1998) para manejar las emociones como fuente de saber poniendo a funcionar, a la vez, los dos hemisferios del cerebro bajo la biología del amor utilizando un punto de vista holístico: inteligencia, pensamiento e intuición.
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